miércoles, 30 de marzo de 2011

EL SONIDO DE LA ALARMA

Por el día los ruidos pasan desapercibidos pero hay ruidos muy singulares de los cuáles el oído humano se hace cargo. Por ejemplo el ruido del despertador nos avisa de que el día comienza, mejor aún nos marca la hora de nuestra salida al mundo, al mundo laboral, a las hileras amorfas llenas de colorido sobre un asfalto que soporta cada día el peso de sus transeúntes y que se ven impotentes ante el sonido histérico del claxon que no deja de sonar pensando que por ello la serpiente metálica va a ir más deprisa.
Hay distintos sonidos pero lo que marca la diferencia sobre ellos es el lugar en donde es escuchado, en el parque un grupo de personas trabaja, prepara con un ritmo que es casi perfecto los atriles, utensilios, transportes, equipamiento, pero esta gente no baja la guardia ante un sonido que, aunque pensemos que por norma sus oídos están acostumbrados, no deja de cambiar el ritmo del corazón cada vez que es escuchado. Suena la alarma y en el parque toman el aviso, unos siete bomberos, que en ese momento estaban con las mentes ocupadas pensando siempre en que sucederá hoy, se ponen rápidamente su peculiar indumentaria, esa que les puede salvar la vida si fuera el caso de que la muerte quiera darse un paseo, rondar por sus cuerpos cubiertos pero a la vez vulnerables ante ella. Suben al camión adecuado según ha sido visto el aviso y otra vez el ruido. Sirenas que se confunden para el que no ha prestado atención a los distintos tipos de sonidos que éstas emiten, pero que para el que espera, para la persona que dio la voz de alarma llega como un ángel y suena como un socaire. Paran el camión frente al edificio, en un balcón que hace esquina pueden ver como se muestra descarada una lengua de fuego y muy cerca de ella dos personas se aferran fuertemente como si quisieran despedirse, en estos momentos las endorfinas hacen un efecto relajante sobre ellas pues parecen estar, dentro del peligro eminente que se les muestra, tranquilas. Los bomberos  están preparados saben que deben lograr apagar la sed de la lengua que sigue mostrándose sin conmiseración ante la gente. Pasada una hora todo parece estar en calma, el balcón de la esquina del edificio ha cambiado de color y las plantas que allí habitaban han desaparecido pero lo más importante es que  solo ha habido daños materiales, y la mayor recompensa es ver a una mujer y a su niño dando las gracias emocionada al Sargento que escuchó la voz de alarma en el tiempo justo que puede sonar un latido del corazón. Por eso los sonidos marcan la diferencia en el día a día de la gente, lo que para unos no es más que una simple sirena para otros es la espera de su desesperación y para la persona del cuerpo es el sonido de la alarma que se puede traducir en dos palabras, necesitan ayuda.




M.G. Torres.


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