viernes, 2 de marzo de 2012

SOY JIMENO Capítulo 2º.

No tardé mucho en llegar a Valencia, tuve una gran suerte al encontrarme con un grupo de estudiantes que se dirigían a la universidad de la capital en varios coches y al verme joven y con el macuto a las espaldas pararon para preguntarme
- eh chaval ¿A dónde te diriges?
Me quedé quieto en el arcén de la carretera sin saber que contestar, una chica que iba sentada detrás asomó su rostro por la ventanilla del coche y dijo
- vamos sube, el tiempo esta revolucionado no tardara mucho en caer un buen chaparrón, ya sabes que aquí no cae el agua como es normal que debiera hacerlo, aquí en el mediterráneo cae a plomo y sin avisar.
Le sonreí y me subí al coche, tres horas más tarde los estudiantes me dejaron en el puerto de Valencia, pues en el transcurso del viaje les dije que iba a embarcar en un barco pesquero porque me habían contratado como aprendiz. Cuando les vi marcharse me pregunté que podía hacer, la noche estaba entrando sin tregua y yo no tenía cama.
Me dirigí hacia la lonja en donde las cajas de madera, que aún conservaban el olor del pescado de la última subasta, se apilaban en una gigantesca pared formando una buena guarida para resguardarse del fresco que aquella noche de septiembre ya se hacía notar en el cuerpo siendo un fresco agradable para quien pasea por la orilla de la playa, pero siendo un fresco que calaba hasta los huesos para el que pretende pasar la noche y dormir al aire libre, la cosa cambia convirtiendo en una guerra de palabras y sentido una noche fresca en una fría noche.
Aún no había salido el sol, debían de ser las seis de la mañana, un hombre cargado con unas cajas de plástico me pisó sin querer las piernas.
- bona vesprada, chiquet.
Me levanté del suelo y por un momento tuve que centrarme para asimilar donde estaba, cosas de la mente que a veces nos engaña con el sentido de la orientación.
-perdone, ¿Qué hora es?
El hombre comprendió, al verme hablar en castellano, que debía de contestarme en castellano. Siempre he visto la buena educación de estas gentes que dejan su dialecto habitual para trasmitirnos las palabras, es de agradecer.
-son las seis y media de la mañana chico, ¿quieres un café con leche? La noche ha sido fría, en septiembre ya se sabe.

Aquel hombre me invitó a desayunar en el pequeño chiringuito que había al lado de la lonja, se lo agradeceré eternamente jamás he vuelto a encontrar ese sabor en ningún café con leche y tostadas que el de aquel día.
Le conté al hombre mi historia, no la historia real, sino la que yo iba inventándome en mi cabeza. A veces nos llegamos a creer las historias que nosotros mismos vamos creando en nuestro cerebro impúdico, como por arte de magia nos convertimos en personajes vivos de nuestra imaginación, recuerdo como mi amiga Isabel se fue creyendo poco a poco un personaje sacado de un exquisito libro, de esos que te dejan un sabor intenso, y como al querer ser dicho personaje fue creando en su vida una vida que no era la que ella precisamente debía de vivir, pero eso es otra historia que ya contaré más tarde.
Terminado mi desayuno y tras haberle contado a aquel hombre, que había llegado desde Orihuela para buscar trabajo en aquella ciudad, trabajo que el mismo me ofreció como mozo de carga en la lonja del puerto de Valencia.
Desde luego bendita suerte la mía, pensé, al menos tendré para alquilar una habitación y no volver a dormir al relente de la noche.

Había quedado con Andréu, así se llamaba mi patrón, en comenzar al día siguiente así tendría todo el día de hoy para visitar la ciudad y buscar un lugar donde poder vivir que no fuera demasiado costoso. El mismo Andréu me indicó que cerca del puerto, en una callejuela que se adentraba en las entrañas de la ciudad, había una posada que no estaba nada mal y en la que tenía oídas que se comían los mejores guisos caseros de toda la comunidad Valenciana.
Mientras cruzaba las callejuelas, que a modo de arterias intentaban abrirse paso buscando el corazón de Valencia, unas apenas se acercaban a él y otras llegaban en forma de eterno laberinto a su centro,  pude contemplar en los cristales de una tabaquería mi reflejo. Estaba bastante delgado y algo demacrado, mis pantalones de pana de color marrón se habían manchado de agua mezclada con los residuos de sangre del pescado que había reposado un día antes donde yo había pasado la noche, su olor era nuevo para mi convirtiendo en algo que para la gente de aquella ciudad era el pan nuestro de cada día, en un hedor insoportable para mi sentido del olfato. Miré de nuevo el reflejo de mi cuerpo en el cristal, a pesar de estar delgado mi impetuosa altura de un metro ochenta y tres centímetros, mis brazos fuertes como remos que se dejaban ver entre mi camisa arremangada, mi cara con sus facciones bien marcadas y gobernada por mis intensos ojos azules y mi cabellera rubia, hacían de mí un hombre bien parecido y apuesto. Una chica de unos veinte años salía de la tabaquería y me miró con sonrisa dulce e inocente, como pensando para sus adentros ( quien pudiera abrazar ese cuerpo), le devolví la sonrisa a doble sentido, uno por cortesía y otro pensando en que nada tenía que hacer conmigo aquel ángel femenino.



















martes, 7 de febrero de 2012

SOY JIMENO CAPÍTULO 1º


Aquel día gris, en apariencia, me encontraba sentado en el sillón de lectura contemplando desde la ventana como el agua caía dulcemente desde el cielo. No solía llover así en estas tierras mediterráneas, normalmente el agua se dejaba caer con rabia durante unos cinco minutos y luego sin más dejaba de llover y salía el sol impetuoso y lleno de carisma. Pero hoy el día era gris por lo tanto el sol estaba predestinado a mostrarse descarado en otro lugar y a que la gente de ese lugar pudiese disfrutar de un día soleado sin más. Yo en cambio disfrutaría de un día tranquilo, otoñal, haría lo que quería hacer no moverme de mi sillón de lectura y lógicamente leer un buen libro.

Observaba mi pequeña y costosa librería que contaba con dos muebles simétricos de a saber que estilo, porque si hay algo en lo que no estoy curtido es en los estilos mobiliarios, por lo tanto no puedo expresar con palabras si mis dos muebles simétricos cargados de libros son modernos, clásicos, elitistas, vanguardistas o de estilo colonial, puedo decir que yo veía dos muebles simétricos de madera de teca y líneas rectas, pongan ustedes el estilo que más se asemeje a la citada explicación.

Elegí uno de mis favoritos, aunque para ser humilde he de reconocer que todos eran favoritos por la sencilla razón de que todos me habían gustado cada uno según su estilo, su escritor y su mensaje, por lo tanto no dejaba ninguno fuera del círculo de libros favoritos. En este caso el libro era de una escritora joven apenas conocida en el gran circo de literatura vendible, para ser más claro apenas conocida en el mundo literario en el que un buen libro es igual a una buena fuente de ingresos por parte de la editorial, que con todos mis respetos se merece por el trabajo y los costes que conlleva editar una novela, y un betseller es decir un libro superventas que valga la redundancia es una gran satisfacción para su autor.

Pero aquel libro era especial porque verdaderamente me sentía identificado con el personaje, con su vida y su forma de pensar con sus aficiones y sus proyectos, y con todo lo que le había ocurrido en la vida, realmente parecía que su autora me conocía y había decidido escribir mi biografía, el personaje es una mujer llamada Isabela.

Sonreí entristecido recordando el día en que mis padres descubrieron mi homosexualidad, imagínense en aquellos años de dictadura franquista en donde no había cabida ni siquiera para las ideas ni  para la razón de tener otras conductas que no fueran las propuestas.

-Jimeno, hijo mío ¿qué sucede? Decía mi madre mientras rompió a llorar.

No pude oír más  pues la bofetada incontrolable de mi padre irrumpió en mi rostro sin más sentido que el que tiene una bofetada dada a tiempo para hacer de la escena que acababan de presenciar un final digno, y la dignidad en aquellos tiempos se vestía por los pies como los hombres.
No hubo ninguna explicación, no hubo dialogo tan solo se seguía oyendo el rumorcillo del llanto de mi madre y la frase que repetía sin descanso una y otra vez y que hasta llego a coger cierta musicalidad con aire dramático
- Dios mío, Dios mío.
Aquel mismo día con apenas dieciocho años salí de mi casa cabizbajo, miré atrás y pude ver a mi madre diciéndome adiós con la mano mientras que mi padre se asomaba por el portón de la casa con aire de patriarca para contemplar con dolor el derrocamiento de su apellido.
No supe que le pasó a Andrés el chico con el que tuve mi primera experiencia sexual y de la cual mis padres fueron espectadores atónitos en su momento cúspide, pues justo cuando iba a descubrir los sabores y sin sabores de mi primer orgasmo en pareja irrumpieron en mi habitación. La escena no merece ser descrita, brevemente haré una resella quizás algo grotesca pero que supongo que fue así como los espectadores la vieron y más tratándose de dos personas mayores educadas en plena guerra civil y con un vago sentido de la sexualidad ni mucho menos decir de la homosexualidad, dos chavales jóvenes con los pantalones bajados y a espalda sobre pecho punto y aparte.
Supuse que a mi querido compañero Andrés la vida no le habría cambiado él era el hijo del dueño de la finca en la que mis padres trabajaban y yo simplemente era el que era y no otro. Mi padre nunca le diría a Don Esteban que vio a su hijo haciendo cochinadas y menos aún que esas cochinadas las hacía con el hijo del capataz de la finca, que vergüenza y además pensaría mi padre, por ser buen pensador que eso si lo tenía, muerto el perro se acabó la rabia.